Nuevo capítulo en Oriente Próximo. En realidad un capítulo cuyos ideólogos llevan tiempo escribiendo: el de la estratégica farsa del que “ellos no pueden gobernar por sí mismos, se pelean ellos solos”, que de nuevo ocupa toda la cobertura mediática de la región, obviando hechos tan graves como los bombardeos repetidos sobre Gaza, el sitio arbitrario y constante de cualquier localidad palestina por el “brazo armado” de Israel, el Tsahal y el origen mismo de la violencia palestina: la ocupación. Por eso las noticias, una vez más, dan aliento al ejecutivo de Olmert, máxime cuando se refieren a conflictos “internos” entre palestinos.

Pero la farsa es demasiado grande y persistente en el tiempo como para resistirse a la evidencia: ¿se pelean las “facciones” palestinas de Gaza por su inherente vocación violenta o espontánea por el poder? o ¿es consecuencia natural de su confinamiento en la prisión de Gaza, con algunas armas y sin comida, y con la presión y boicot a su gobierno democráticamente elegido?

Las elecciones democráticas de Junio, propugnadas por Washington y Tel Aviv en una maniobra más de distracción que hacía recaer la atención y una supuesta responsabilidad de avanzar de cara a la paz en la parte Palestina, no dieron el resultado esperado, y Hamás se ha resistido a resignarse ante la hipocresía y el cinismo internacional que considera a las víctimas “terroristas” y exige el desarme de su “brazo armado”. Ahora hay que derrocar al gobierno electo de cualquier forma. Es el ejecutivo Israelí y la Administración Bush quien gana en el caso de un hipotético conflicto interno en Gaza. He visitado los Territorios Ocupados y lo que me quedó claro es que allí lo que más urge es la atención humanitaria de la población y el fin de la ocupación. Lo demás es consecuencia directa del contexto de violencia y de humillación cotidiana que el Tsahal impone a cañonazos.

En ese sentido, el repetido pretexto de la necesidad del “reconocimiento de Israel” por parte Palestina cobraría sentido y credibilidad si el ejecutivo Hebreo también reconociese (y garantizase, como país ocupante, de acuerdo con el IV Convenio de Ginebra) una vida digna para el pueblo palestino y la necesidad de un Estado Palestino tal y como establece la resolución 242 de la O. N U, con las fronteras anteriores a Junio de 1967. O si el primer ministro palestino Haniya y otros líderes de Hamás no lo hubieran hecho ya, al menos indirectamente, con la demanda de la creación de un Estado Palestino con dichas fronteras (evidentemente el resto seguiría siendo soberanía judía).

Además, la historia reciente revela intrascendente ese reconocimiento formal: Arafat lo hizo y acabó amenazado de muerte, sitiado en las ruinas de la Mukata, y muriendo en unas circunstancias aún no esclarecidas.

ANTONIO BASALLOTE MARIN

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